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miércoles, 18 de marzo de 2009

UNO: De presente a pasado

“Las novelas de la librería ya no son tan emocionantes como antes” pensó Martha.
Al otro lado de la acera, cruzando la calle Forest, se encontraba el Café Monet’s. Hacía ya 6 años que Martha no iba al lugar. La última vez que fue, tomó una malteada de chocolate, pero ahora que ha crecido pedirá un café, un frapuccino vainilla con una barra de chocolate. Sin duda ama los chocolates.

Al empujar la puerta de madera de cedro y vidrio esmerilado, tintineó una campana colgada de ésta y se introdujo al clima cálido y azucarado del Café Monet’s. Había 6 o 7 mesitas redondas, con 2 sillones acolchonados cada una. La pared lateral consta de un enorme librero retacado de libros, revistas, álbumes y libros de recuerdos. De hecho, ese era el tema del Café Monet’s: el libro de los recuerdos. Estos libros no son nada más que cuadernos gordos de pastas duras. Algunos son celestes, otros amarillos, pero los colores realmente no importan. Quien quiera que entrara al Café Monet’s podía tomar el libro y escribir cualquier cosa sobre su vida: experiencias, pensamientos, canciones, dibujos, poemas, lo que sea. El más antiguo tiene 23 años.
Martha nunca escribió en los libros de recuerdos. A veces leía un poco de ellos, sobre las personas que plasmaban partes importantes de su vida en ellos, pero nunca escribía. De hecho le gustaba más leer las revistas.

Por otro lado, a la izquierda, estaba la barra, tenía unos cuantos banquitos, y las repisas del fondo estaban llenas de recipientes de vidrio de todos colores, reflejando lucecillas por todo el lugar. Y derecho al fondo, no había pared, sino que era vidrio, ventanas que abarcan desde el piso hasta el techo, y allá afuera, después de la puerta corrediza, existe un pequeño jardín con un par de arbolitos, pasto, unas cuantas florecillas y las diminutas paredes cubiertas de enredaderas verdes. Mientas que dos mesas de forja con sus sillas y una banquita al costado, pisaban un suelo enladrillado.

Martha se acercó a la barra y dijo mientras se sentaba en uno de los banquitos “un frapuccino de vainilla y una barra de Hershey’s, porfavor”.
La señora tomó uno de los vasos de la repisa de color verde bosque y le preparó el café. Se lo entregó con la barra de Hershey’s Chocolate Milk. Martha tomó el chocolate, lo abrió con agilidad y lo dejó sumergir abruptamente en su frapuccino vainilla de manera mecánica, como si no lo hubiese pensado. Recargando su cabeza sobre su mano izquierda, tomó la punta del chocolate que sobresalía del vaso con la mano derecha (porque es diestra) y comenzó a revolver suavemente en círculos su frapuccino vainilla. Cerró los ojos y suspiró.

Keenan.

Hace 6 años Martha se levantó temprano un sábado, colocó lo que le faltaba dentro de una maletita. Empacó su cepillo de dientes, su piyama, y dos cambios de ropa. Abrió el auto y metió su maletita y un sleeping bag a la cajuela, la cerró y se sentó en el asiento conductor. “Tin, tin, tin, tin… ¡rum!, tac, “R””. El auto se movió en reversa. “Tac, “D””. El auto se movió hacia al frente. Manejó el auto con precaución ya que hacía solo algunas semanas atrás que había comenzado a manejarlo. Y llegó al punto de reunión. Se aseguró de que sus pertenencias fueran empacadas y subió al camión donde soportó casi 3 horas de mala música.

Al arribar levantaron las casitas de campaña en medio de la noche. Cenaron. Conocieron al dueño de la posada “Escalar es tan fácil como subir unas escaleras de pared, ¿han subido escaleras? Ah, entonces no se preocupen. Sí hay gente que ha muerto, pero eso les pasa por no seguir instrucciones. Pero es muy extraño que suceda, generalmente es porque escalan toda la mañana queriendo llegar a la cima, aunque hay un punto, casi en la cúspide, donde las grietas se terminan y hasta los escaladores con más experiencia caen y mueren. Estas montañas son un verdadero reto…”
Martha ya no quería escuchar más leyendas urbanas sobre los accidentes, no quería tener pesadillas en la noche ni miedo por la mañana.

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