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lunes, 22 de marzo de 2010

Enséñame

El bullicio y el tintineo de tenedores y cucharas inundan el lugar iluminado por candiles exóticos y elegantes. De vez en cuando llega a mis oídos el sonido de los sorbos de café y el ruido de los popotes. Las risas y los desacuerdos van de mesa en mesa. Los niños corriendo entre las sillas y tu mirada cruzándose con la mía. Ahora he venido sola.

“¿Te puedo ofrecer algo de tomar?” Pedí como de costumbre una naranjada en agua mineral. Juego con los hielos y el popote. Observo cómo el líquido hace un remolino al darle vueltas. Espero impaciente a que regreses. Me he negado a pedir de comer. Me miraste extrañado, pero lo que no sabes es que vine con una intención distinta. Las ansias me comen desde dentro, ya estoy aquí, es el momento oportuno. Cruzo los pies por debajo de la mesa y los recojo hasta topar con la pata de mi silla.

“¿Cuándo termina tu turno?” Eres la persona más extraña del mundo. Esperaba que quedaras atónito y me pidieras que repitiera la pregunta, o te rieras a carcajadas en mi cara, o por lo menos que ignoraras mi pregunta y regresaras a la cocina para decirle a alguien más que atendiera mi mesa. En cambio me sonreíste, sólo a mí. Suavizaste las facciones de mi cara y entonces me puse nerviosa.

“A las seis.”

Te sonreí de regreso, inevitablemente. No faltaba mucho tiempo. Mientras, observo las demás mesas. Las familias, las parejas, las reuniones, las despedidas, los niños, las niñas. Las charolas pasan y sus aromas me intentan conquistar pero hay algo más en mi mente.

Regresaste para mirarme de nuevo a los ojos. “¿Segura que no quieres nada más?”