Tus comentarios son bienvenidos, me gusta leer lo que piensas al respecto, si te gustó, te recordó algo, te hizo sentir algo, etcétera. Tus palabras son un apoyo para que siga escribiendo y también una crítica constructiva para que mejore mis fragmentos. Gracias por leerlos.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Fui una llama azul

Ernest Hemingway dijo que no hay nada que escribir. Todo lo que hay que hacer es sentarse frente a una máquina de escribir y sangrar. Justo ahora siento mis manos sobre el teclado y cómo poco a poco me voy derritiendo, rindiendo ante este sentimiento que no quiero olvidar. Y lo único que tengo que hacer es perder el miedo a sangrar y dejar sacar esta energía que me vuelve loca desde dentro.

No tengo otra cosa más que decirte que te deseo con todo mi ser, con cada fibra de mi corazón y cada vello de mi cuerpo que seas feliz. Que encuentres a esa persona, que te sientes a su lado, que sangres tu vida y se te escape desde la cabeza hasta los pies pero que su compañía sea tan única que su energía te baste para desbordarte nuevamente de vida. Como me pasó a mí.

Hace meses tuve la gran fortuna de conocer una persona que jamás creí que marcaría mi vida. Nos hicimos amigos por intereses superfluos pero nos convertimos en más. Recuerdo claramente compartir su mirada desde el otro lado del salón lleno de gente, fijarla en sus ojos marrones. Terminando el ensayo caminaríamos solos a través de la nieve unas tres cuadras a un bar pequeño, oscuro, siempre lleno de gente, inundado en humo de tabaco, chispeado de buena música y con buena cerveza de trigo con levadura.

Tengo el olor de su chaqueta de cuero impregnada hasta los huesos y el sabor de su boca tatuada en mis labios, en mi piel. Con él nunca cesaban las conversaciones. Íbamos desde cosas insignificantes hasta hablar de nuestras metas, nuestras familias, nuestras preocupaciones y nuevamente a inventar historias sin sentido. Un millar de veces me quedé platicando con él por las noches hasta que el sol nos besara buenos días. Y supe todas esas veces que no me quería como un cuerpo bonito o una cara agradable. Sentía en su voz que se deleitaba con mi ser. Tal y como era, tal y como pensaba, tal y como vivía. Inventamos historias en la oscuridad de la noche y él escuchaba mi voz y me confiaba sus planes. Como Joaquín Sabina me contó un día: él tenía algunas fantasías y algunas fantasías tenía yo. Le cambiaba las suyas por las mías y las hicimos realidad entre los dos.

Lo amaba y confiaba en él como ninguna mujer ha confiado nunca en un hombre. Podía estar desnuda parada bajo la luz, frente a él y sin ningún obstáculo entre nosotros con la certeza de que no me tomaría. Porque me quería a mí. Me quería con esa definición del amor que te rompe y te hace añicos los huesos hasta sacarte la más mínima hebra de tu alma y cubrirla con un velo protegiéndote las entrañas. Con la definición de esos besos, no los que te tocan los labios, sino los que te secan las lágrimas y las vuelven aliento. Con la definición de vulnerabilidad total, donde te sientes suspendida en el aire y el espacio y la infinidad y el ser humano es completamente inexistente. Con la definición de libertad estando a cientos de miles de millones de kilómetros sumergido en el cielo sabiendo que inevitablemente vas a caer pero no te importa lo que venga después porque con las uñas de los dedos has logrado rascar el exquisito deseo del cielo verdadero y ni si quiera la muerte más dolorosa podrá decirte que no estás vivo.

Lo amaba y confiaba en él por su vitalidad. Porque era recio. Porque cada segundo que viví a su lado estaba en el límite entre la seguridad y el riesgo y eso me hacía sentir viva. Porque él estaba loco por vivirme y yo loca por vivirlo. Juntos éramos una bomba de tiempo, una mecha corta encontrando un poquito más de cordón en el último segundo. Corriendo, mirando un horizonte nuevo cada atardecer y un sol nuevo cada mañana. Teníamos el poder de absorber los miedos uno del otro poniéndonos en peligro mutuamente y no nos importó hasta que empezamos a matarnos. Éramos un campo de fuerza, nos convertimos en una bola de nieve, uno sobre el otro, creciendo juntos y al mismo tiempo yéndonos en picada sin control, cayendo profundo. Teníamos muchas ganas, mucha vida, mucho amor. Tanto que nos estábamos consumiendo y terminamos por desplomarnos en la tierra, chocar contra las piedras, caer en seco sobre las hojas endurecidas.

La vida no hace las historias de amor. Uno sangra su propia historia. Él fue mío pero no para poseerlo. Yo fui suya, fui una llama azul. Ahora sé que la vida es hermosa. Él es hermoso. Y me hizo sentir hermosa.

domingo, 20 de octubre de 2013

Colección de colillas

Este pueblo se está comiendo mis ganas poco a poco. Y con el aburrimiento he aprendido a treparme por la silla y el escritorio para sentarme en la ventana donde me esperan una cajetilla de Marlboro rojos y un encendedor barato. Afuera de mi ventana no se ve nada, mas que el verde de los árboles, el pasto con florecillas blancas y violetas y el canto interminable de pajaritos en primavera. Me gusta fumar en el atardecer fresco porque es cuando se ve el rojo ardiente de mi cigarro y su humo baila blanco en el aire frente a mí. Cada respiro ahogado me transporta a aquellos días invernales en Schwenningen cuando íbamos él y yo bajo la influencia del vicio de nuestros cuerpos jóvenes al bar repleto siempre de tabaco. Entresemana cuando la muchedumbre era poca y la música de las bocinas era buena, pedíamos una Hefeweizen y empezábamos conversaciones triviales sobre la universidad y los maestros cosa que con cada sorbo y cada nuevo vaso se convertía en una historia ficticia sobre perros parlantes y animales mitológicos para concluir con una plática más profunda sobre nuestro querer y nuestras familias. Podíamos tomar hasta seis cervezas seguidas cada noche. Y cuando nuestras billeteras con polillas nos pedían piedad, salíamos del lugar a la calle helada y sumergíamos las botas en treinta centímetros de nieve. Íbamos siempre a mi depa porque quedaba más cerca y en mi cuarto tomábamos más cervezas que sacaba únicamente en buena compañía. Tumbados en mi cama seguíamos platicando y luego nos quedábamos dormidos juntos. Y así, abrazados una noche, era suficiente para engañar nuestras mentes y envolvernos en ese sentimiento falso de cariño pasajero para evitar caer en la depresión de nuestras vidas solitarias. Antes no fumaba. Pero ahora mato el sentimiento asfixiando los buenos recuerdos en la tapita con cenizas que tengo fuera mi ventana. Y aunque el sabor del humo no entra más en mi boca, el aroma del cigarro se ha quedado impregnado en la piel entre mis dedos, ese espacio recóndito que guarda lo más íntimo de mis secretos.

sábado, 19 de octubre de 2013

Tener el valor para decirte de frente que no quiero verte más es mi más sincero deseo

El frío se cuela entre las sábanas y no puedo evitar amanecer a mis mañanas solitarias como en los otros días que pensé que no viviría más. Y así me introduzco al día sin haber olvidado las decepciones personales de la tarde anterior que con muchas esperanzas quise dejar en el pasado con la inmediatez con que sucedieron en ese entonces.

Una persona me dijo una vez que mis sentimientos son como una bolita de cristal en mis manos. Que debía mantener ese bolita suavemente en mis manos sin prestarla a nadie. Que debía estar bajo mi completo control y disposición. Pero día a día me doy cuenta que mi condición no ejerce la presión necesaria sobre mi persona para regularlo como me gustaría. Que mi conciencia racional por más que sepa que debe cambiar de humor, los motivos son inexistentes para ayudarme. Que el simple encuentro con una persona indeseada puede sacarme de quicio. Que la sorpresa de encontrar a alguien cuya compañía es un sentimiento de complacencia mutua me puede alegrar hasta en mis peores pensamientos. 

Mis humores cambian de parecer como el clima de mi ciudad natal. Constante, inesperado excesivo, molesto, incontrolable, extremista. Puedo ponerme encima mi Jack Wolfskin pero la barrera no será suficiente para contener la gélida, seca y consciente sensación de esa luz blanca a la distancia que se percibe entrecerrando los ojos y a través de los dedos. Esa que con cada milésima de segundo que pasa crece y no se aguanta.  Es la razón para no aguantarlo todo ni nada, para encontrar excusas, para aislarse voluntariamente. Y los motivos faltan. No, los motivos son aún inexistentes. Me senté en mi cama y miré mis manos vacías fijamente. Sin nada que ofrecer, sin nada que esconder. Necesitaba con tanta desesperación tener a alguien en quien confiar. Con agonizante desesperación. Pero ningún nombre ni ningún rostro podía saltar a mi conciencia. 

Una manera incandescente de sentirse sola, como cuando sientes cada uno de los nacimientos de los cabellos en tu cráneo esperando ser arrancados con movimiento sencillo y fugaz. Igual que cuando me di cuenta que estaba viviendo una mentira y nadie tenía la decencia para decírmelo de frente. Que aún ahora las bocas se mantienen bien cerradas pero los ojos hablan tan claro que es imposible ignorar lo que ven. Creen que sus opiniones están guardadas muy dentro de sí cuando hasta la flexión de su dedo meñique refleja con gran determinación el significado de su movimiento. Y todos estos mínimos detalles giran, circulan constantemente sin solución en mi cabeza. Pero los panecillos terminaron de hornearse hace media hora. Si tan sólo tuviera azúcar glas para espolvorear la máscara de la sutil indecencia antes de dar un bocado que todos sabemos que no me pertenece. 

martes, 8 de enero de 2013

Soy

Muchas de las decisiones que he tomado, no han sido decisiones en absoluto. Han sido meras oportunidades, puertas que iban pasando, que yo abría y me introducía si el contenido me llamaba la atención. Fue como cuando comencé a estudiar alemán hace ya varios años por el simple hecho de que ya sabía demasiado inglés. O haber aplicado a un intercambio a Alemania por el simple hecho de que ya sabía algo de alemán. Nunca fue mi sueño dorado, mi realización absoluta, no estas oportunidades ni otras importantes que sin duda han marcado mi vida para siempre. Mis metas siempre habían sido pequeñas, a corto plazo, tal vez incluso insignificantes para muchos como aumentar mi calificación al menos dos décimas el próximo semestre o no comer chocolates en cuaresma. Muchas veces me quedaba parada en medio del pasillo y me preguntaba: ¿por qué estoy aquí? O mejor cuestionado: ¿para qué? Atendía clases y estudiaba para exámenes porque es mi deber como estudiante. Después de todo, ser estudiante es mi única ocupación. Y a veces hasta sentía que no era buena en lo único que hacía y pensaba que todo perdía el sentido. Que hace años que olvidé mis sueños de la infancia y que por más que intentara recordarlos, nunca me revelaban cómo me visualizaba antes y no sabía ni qué esperar de mí misma. No sabía qué hacer para llegar a ser feliz.

Entonces se me presentó una de esas oportunidades donde cuando menos me lo esperaba ya me encontraba a kilómetros de mi familia, mis amigos, mi universidad y el lugar donde nací con todas sus comidas, sus personas y sus problemas de la vida diaria. Me encontraba a kilómetros de mi vida como siempre la conocí, mi rutina y mis preguntas existenciales. Porque ahora había preguntas más importantes como ¿dónde voy a comprar el shampoo? O al menos en ese entonces, esa pensaba yo que era una pregunta importante.

Y ahora, seis meses después. Seis meses de vivir lejos de todo lo que pensaba que definía mi vida y vivir más cerca de mí, me doy cuenta que muchas personas hacen este viaje con el propósito de encontrarse a sí mismos, o de encontrar un futuro en la vida profesional o de encontrar una persona interesante con quien compartir el resto de sus días. Yo no vine con ninguno de estos propósitos. Podrías bien decir que llegué con la mente en blanco enfocándose únicamente en las metas a corto plazo como encontrar un lugar con Wi-Fi para mi iPod.

Pero ahora me doy cuenta que sí me he encontrado a mí misma. Pero no aquí. He venido a un lugar nuevo con gente nueva, sin prejuicios, sin expectativas, sin que le importe quién soy yo o qué he venido a hacer. Y esta libertad me ha permitido crear, no solo una nueva versión de mí, sino muchas. Me he conocido a mí misma en todos los posibles escenarios en que pudiera existir. Tanto he disfrutado como he tenido remordimientos sobre las cosas que aquí he hecho. He conocido que tan lejos puedo llegar en todos los aspectos y también mis límites. Cada día ha venido con una nueva experiencia, un acierto que mantener o un error del cual aprender. He cometido muchos errores que me he dado la tarea de corregir, unos han sido más difíciles que otros y hay ciertas cosas que ya no puedo cambiar por más que quiera, pero al menos ahora sé qué es lo quiero para mí.

He venido al otro lado del mundo a darme cuenta que siempre había sido yo. Que mi versión original de mí es la mejor versión que hay de mí. Que no necesito recrearme o cambiar ni fingir ser alguien que no soy. He venido a encontrarme con todas las posibles “yo” que pude haber sido y que ahora he decidido no ser. Ahora sé que la yo del 304 en el Portal del Huajuco y la del 2501 Sur de Eugenio Garza Sada es la persona que siempre había querido ser. No estoy diciendo que vaya a quedarme ahí por siempre. Estoy diciendo que, esté donde esté, si después de un largo trayecto de metas cumplidas y otras por cumplir, el camino me muestra diferentes direcciones, sé exactamente a dónde a mirar para recordar mis principios y así tomar la decisión que continúe formando la persona que soy. Sé exactamente a dónde ir para volver a empezar.