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lunes, 30 de marzo de 2009

¿Bueno, Malo o Cobarde?

Yo no sé cuándo fue la última vez que sentiste la garganta tensa y cerrada. Los ojos entrecerrados e inundados en lágrimas. Los hombros encogiéndose hasta donde los músculos de dejan. Tu cara deformándose detrás de tus manos.

¿Por qué la gente buena muere?

¿Quiénes son los malos?

¿Qué es ser bueno?

Yo creo que alguien que agrede a otra persona, que lastima, que hiere, que hace a otro sufrir… yo creo que la persona que hace eso, es una mala persona.
Pero más que hablar sobre malas personas, quiero hablar de aquellas que son buenas. Aquellos pocos que tienen la esperanza de encontrar algo más en el mundo que pura porquería, y que quieren sacar a relucir la bondad que otros entierran en los escombros. Aquellos que, a pesar de fracasar en sus intentos, nos miran con la sonrisa y la promesa de que no nos van a dejar caer. Que por más que les cueste, vale la pena. Que la vida ya es suficientemente dura, pero unos kilitos de más no les van a hacer más daño. Que van a soportarlo. Aquellos que no se cansan de luchar. Aquellos que saben que hay más probabilidad de soñar el mundo que van a crear, que vivir para verlo.

Recuerda esto que te digo con lágrimas resbalando por mi cara:

Yo sé que, ni tú ni yo, queremos ser malos. Pero más vale morir y haber hecho algo bueno, que morir y no haber hecho nada.

Inspirado en: Pay It Forward. Dir. Mimi Leder. By Leslie Dixon. Perf. Kevin Spacey, Helen Hunt, and Haley Joel Osment. Warner Bros., 2000.

domingo, 22 de marzo de 2009

Ahí va otra de tus vidas

Tomas las llaves de tu carro y tu casa, y como siempre, tintinean cuando chocan entre sí. Abres la puerta y sales al aire frío y el clima húmedo. Te aseguras de haber cerrado bien la puerta. Al subirte al carro, te deslizas con toda facilidad y confianza de quien sabe controlar aquello que maneja todos los días. O al menos eso pensaste. Pensaste que el carro te conocía tanto como tú a él. Pero es una simple máquina. Maldita máquina. Esta tarde el pavimento no estaba seco, pero tu confianza y tú decidieron ir como de costumbre. Anda, rápido por la carretera. No tenías prisa, y el destino final del recorrido no importa porque esta tarde, no llegaste. Por que tus precauciones no fueron suficientes.

Esta tarde, manejaste por la carretera. Tu pie firme sobre el acelerador avanzaba cada vez más la velocidad. Tus manos, frías por el clima, se aferraban al volante con la emoción de un corredor, de una libertad ilimitada. Pero el resto de tu cuerpo se hallaba completamente relajado, posado suavemente en el asiento. Y tus pensamientos se fusionaban, como vapor ardiente, entre el camino y tu “muy común” vida personal.

Esta tarde, el trailer que aguardaba impaciente en la fila del retorno cambió tu vida para siempre.

Esta tarde, mientras tu cabeza tenía un ojo en el camino y otro en las nubes, mientras escuchabas canciones alegres en la radio, mientras el llavero se movía con gracia y cantaba su propia melodía detrás del volante, te deslindaste del grupo de automóviles que solían viajar a tu lado. No había nadie más delante, ni nadie más detrás de ti. Fue entonces que uno, dos, tres, carros te cruzaron por enfrente, atravesando la carretera para llegar al otro lado. Pero lo que no esperabas es que el trailer decidió también atravesarse, cuando tú ya estabas encima. Cuando el vuelco del corazón pisó el freno, tu mente entera se dio cuenta de lo que pasaba. La velocidad aún era demasiada, los gritos ahogados, las lágrimas invisibles, tu cuerpo estaba tan paralizado que ni siquiera sintió lo helado del sudor. Todo el dolor se reflejaba en las arrugas de tu cara. Seguías avanzando, y te diste cuenta de que el remolque había terminado. El primero. El segundo remolque se apareció delante de ti, y al mismo tiempo que giraste el volante entero, cerraste los ojos, y la angustia y el miedo y el dolor se encerró en tu cabeza, y sin poder contenerlo todo, gritaste. En ese grito pediste perdón y pediste una segunda oportunidad. En ese grito sentiste la inercia de tu cuerpo y cómo el auto se volcó una y otra vez, cómo tus manos buscaban de dónde sostenerse y cómo tu cabello, revolviéndose en tu cara, le ocultaba a tus ojos tu cuerpo demacrado. No sentiste el tiempo, no sentiste cuándo terminó. Pero en medio de sollozos, tus manos ardientes buscaron el botón que desabrochaba el cinturón. Caíste. El carro estaba de cabeza. Tus ojos empañados de lágrimas y sangre no veían nada. Entonces te valiste de tus manos para sacar por la ventana tu cuerpo incontrolablemente tembloroso. Ya no querías sentir, ya no querías saber que pasó, el cansancio era tan terrible que ya no querías llorar. Teniendo medio cuerpo afuera, esperabas poder respirar un poco, pero lo único que tu nariz parecía percibir era un humo apestoso de algo quemándose. Te faltó la adrenalina y ahí mismo te tumbaste. Y sentiste cómo tu pesadísimo cuerpo se volvió más ligero.

Uno de los automovilistas que venían más atrás vio la escena. Dejó el carro un par de kilómetros atrás, y sin pensarlo dos veces salió del auto corriendo. Cada paso que daba era el más rápido que podía dar, pero sentía como si durara horas y horas sin poder llegar a sacar a la persona cuyo auto estaba a punto de explotar. Cuando finalmente llegó, le importó poco tomarla de los brazos y sacarla de un jalón, a pesar de que todo su cuerpo se rasgara con los vidrios de la ventana. La tomó en brazos y corrió de nuevo, con una adrenalina que jamás había vivido, de regreso hacia su auto. El viento arrastraba el lejano sonido de múltiples gritos y precauciones. Cuando, jadeante, llegó a su auto, la colocó suave pero fugazmente sobre el pavimento mojado. Y vio su rostro. Vio que su cara, a través de sus heridas, era tan pálida como si hubiese muerto hace días, vio la sangre fresca que se deslizaba sobre su piel helada. Con una esperanza de poder ver a la pobre creatura abrir los ojos una vez más, juntó su dedo índice con el medio y lo colocó en la yugular del cuerpo moribundo. Fue entonces que de sus ojos exorbitados surgieron lágrimas, y un intento imparable de revivirla. Presionó con sus manos todo el peso de su cuerpo sobre el pecho inerte que yacía sobre el pavimento. Fue como si toda la desesperación del mundo se hubiera concentrado sobre ese único lugar. Presionó una y otra vez más, tratando de avivar un corazón que ya estaba muerto. Le daba respiración una y otra vez tratando de expulsar el veneno de sus pulmones. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero por más que trataba no veía ni una sola señal de vida. Y él, en medio de su miedo y de su desesperación, gritó al viento su fracaso, gritó tanto hasta que toda la energía y el viento de un carro explotando le azotó el cuerpo y el alma hasta el pavimento mismo. Sintiendo el calor de las llamas de mil metros, miró el cuerpo inerte y lloró.

No sabes cómo, no sabes porqué. Y sin saber en qué lugar de la escena estabas te dijiste que te darías tu propia oportunidad. Te acercaste a tu cuerpo y trataste de tocar tu mano material. Justo cuando sentiste tus dedos, una luz incandescente comenzó a succionarte al lado contrario de dónde querías ir. Buscabas tus manos para aferrarte a algo, cualquier cosa, pero no las encontrabas. Aún no te querías ir. No te podías ir. Tan joven, tantas cosas por hacer, no se podía acabar aquí, ahora. Reuniste todas las fuerzas que encontraste y luchaste para avanzar en contra de la luz. Cada paso que dabas te sentías más cerca. Pero mientras más tardabas, más te debilitabas. Viste cómo se reunía la gente, cómo los policías y los tránsitos intentaban mantener un perímetro. Cómo los bomberos intentaban con ansias terminar ese pequeño pero aterrador infierno terrenal. Cómo la ambulancia se acercaba a toda velocidad y bajaban los enfermeros con camillas y aparatos. Cómo el hombre que salvó tu cuerpo, yacía temblando incontrolablemente de horror y tristeza. Viste tu mano una vez más, intentaste tocarla una vez más. A pesar de la debilidad, te entrelazaste entre tus dedos. Fue entonces que tu mano se movió, y el hombre vio y, atónito, dejó de llorar. Los enfermeros te dieron choques eléctricos en el pecho desnudo. Bastó con dos para traerte a la vida. Para juntar tu alma con tu cuerpo. Para darte una oportunidad más. Y el hombre cerró los ojos y suspiró. Y en ese suspiro sacó toda preocupación, terror, y miedo. En ese suspiro volvió a respirar.

En ese momento perdiste una de tus vidas para vivir una vez más.

miércoles, 18 de marzo de 2009

UNO: De presente a pasado

“Las novelas de la librería ya no son tan emocionantes como antes” pensó Martha.
Al otro lado de la acera, cruzando la calle Forest, se encontraba el Café Monet’s. Hacía ya 6 años que Martha no iba al lugar. La última vez que fue, tomó una malteada de chocolate, pero ahora que ha crecido pedirá un café, un frapuccino vainilla con una barra de chocolate. Sin duda ama los chocolates.

Al empujar la puerta de madera de cedro y vidrio esmerilado, tintineó una campana colgada de ésta y se introdujo al clima cálido y azucarado del Café Monet’s. Había 6 o 7 mesitas redondas, con 2 sillones acolchonados cada una. La pared lateral consta de un enorme librero retacado de libros, revistas, álbumes y libros de recuerdos. De hecho, ese era el tema del Café Monet’s: el libro de los recuerdos. Estos libros no son nada más que cuadernos gordos de pastas duras. Algunos son celestes, otros amarillos, pero los colores realmente no importan. Quien quiera que entrara al Café Monet’s podía tomar el libro y escribir cualquier cosa sobre su vida: experiencias, pensamientos, canciones, dibujos, poemas, lo que sea. El más antiguo tiene 23 años.
Martha nunca escribió en los libros de recuerdos. A veces leía un poco de ellos, sobre las personas que plasmaban partes importantes de su vida en ellos, pero nunca escribía. De hecho le gustaba más leer las revistas.

Por otro lado, a la izquierda, estaba la barra, tenía unos cuantos banquitos, y las repisas del fondo estaban llenas de recipientes de vidrio de todos colores, reflejando lucecillas por todo el lugar. Y derecho al fondo, no había pared, sino que era vidrio, ventanas que abarcan desde el piso hasta el techo, y allá afuera, después de la puerta corrediza, existe un pequeño jardín con un par de arbolitos, pasto, unas cuantas florecillas y las diminutas paredes cubiertas de enredaderas verdes. Mientas que dos mesas de forja con sus sillas y una banquita al costado, pisaban un suelo enladrillado.

Martha se acercó a la barra y dijo mientras se sentaba en uno de los banquitos “un frapuccino de vainilla y una barra de Hershey’s, porfavor”.
La señora tomó uno de los vasos de la repisa de color verde bosque y le preparó el café. Se lo entregó con la barra de Hershey’s Chocolate Milk. Martha tomó el chocolate, lo abrió con agilidad y lo dejó sumergir abruptamente en su frapuccino vainilla de manera mecánica, como si no lo hubiese pensado. Recargando su cabeza sobre su mano izquierda, tomó la punta del chocolate que sobresalía del vaso con la mano derecha (porque es diestra) y comenzó a revolver suavemente en círculos su frapuccino vainilla. Cerró los ojos y suspiró.

Keenan.

Hace 6 años Martha se levantó temprano un sábado, colocó lo que le faltaba dentro de una maletita. Empacó su cepillo de dientes, su piyama, y dos cambios de ropa. Abrió el auto y metió su maletita y un sleeping bag a la cajuela, la cerró y se sentó en el asiento conductor. “Tin, tin, tin, tin… ¡rum!, tac, “R””. El auto se movió en reversa. “Tac, “D””. El auto se movió hacia al frente. Manejó el auto con precaución ya que hacía solo algunas semanas atrás que había comenzado a manejarlo. Y llegó al punto de reunión. Se aseguró de que sus pertenencias fueran empacadas y subió al camión donde soportó casi 3 horas de mala música.

Al arribar levantaron las casitas de campaña en medio de la noche. Cenaron. Conocieron al dueño de la posada “Escalar es tan fácil como subir unas escaleras de pared, ¿han subido escaleras? Ah, entonces no se preocupen. Sí hay gente que ha muerto, pero eso les pasa por no seguir instrucciones. Pero es muy extraño que suceda, generalmente es porque escalan toda la mañana queriendo llegar a la cima, aunque hay un punto, casi en la cúspide, donde las grietas se terminan y hasta los escaladores con más experiencia caen y mueren. Estas montañas son un verdadero reto…”
Martha ya no quería escuchar más leyendas urbanas sobre los accidentes, no quería tener pesadillas en la noche ni miedo por la mañana.

martes, 17 de marzo de 2009

Un vaso vacío

Hoy vi a un señor con una pierna chiquita. Usaba una patineta vieja para deslizarse en la calle. Utilizaba su mano derecha y su pie izquierdo, el de su pierna buena, para poder avanzar. A través del camellón con palmas, el señor se deslizó. Llegó a un bote de basura que se encontraba ahí mismo. Estiró los brazos hasta alcanzar el borde del bote, lo inclinó hacia él y se introdujo para buscar algo. Un señor necesitado, discapacitado, pepenador, limosnero. El mundo está lleno de toda clase de personas, y todas diferentes a mí.

Cuando el señor salió del bote de basura, tenía un vaso de Nescafé vacío en su mano. Lo miraba, lo inspeccionaba. Supongo que fue el mejor que encontró.

Yo, como cualquier otra persona que no conoce cómo viven otras personas, imaginé que buscaba comida, o incluso un trozo de periódico. Pero ese señor estaba tan necesitado que lo que buscaba era un vaso para pedir limosna y juntar un poco de dinero para comer el día de hoy.

A decir verdad, nunca antes me había preguntado de dónde sacaban los limosneros su vaso para pedir limosna.

lunes, 9 de marzo de 2009

Si hay algo que he aprendido en la vida

Si hay algo que he aprendido en la vida, es que todo se puede hacer.

Si hay alguien que lo hace, es porque tú también puedes hacerlo.

Si la gente hace las cosas, es porque todo tiene instrucciones.

Si hay alguien que escala montañas, tú también puedes escalar montañas.

No tengas miedo de viajar porque los aeropuertos son grandes y confusos. Si la gente viaja, es porque en el aeropuerto hay instrucciones.

No tengas miedo de entrar a un restaurante nuevo por no saber cómo pedir. Si el restaurante quiere vender, te va a mostrar cómo pedir.

No tengas miedo a tramitar documentos. Uno suele pensar que necesita 10 kilos de papeleo, pero en realidad, la vida es simple, la vida tiene guías. No necesitas los bonches de papeles, a veces sólo te piden 3 ó 4.

No tengas miedo de preguntar algo por pensar que ves a quedar en ridículo, o ganarte la reputación de inculto. A veces las preguntas que haces, son a personas que no volverás a ver jamás en tu vida. A veces nadie nota tu pregunta. A veces, otra persona tenía la misma pregunta. A veces sí se burlan de ti pero, ¡date cuenta!, ahora eres más culto que hace 5 segundos.

No tengas miedo de aprender otro idioma porque es difícil. Miles de personas saben hablar inglés. Otras miles de personas saben hablar español. Otras miles de personas saben hablar alemán. Otras miles de personas saben hablar francés. Otras miles de personas saben hablar mandarín. Otras miles de personas saben hablar italiano. Otras miles de personas saben hablar japonés. Otras miles de personas saben hablar sueco. Otras miles de personas saben hablar hindú. Y otras miles de personas saben hablar más de uno o dos idiomas. Si miles de personas saben hablar en ese idioma, seguro tú puedes aprender.

No tengas miedo de presentar el examen final del BI. Van a venir preguntas para personas que se quieran graduar de la prepa, no preguntas para científicos locos.

No tengas miedo de llegar solo a un lugar donde no conoces a nadie. Todas las personas hablan con más personas. Seguro hablarás con alguien.

No tengas miedo de rodar en la colina porque puedes ensuciar tu ropa. La ropa se lava.

No tengas miedo de unirte a alguna asociación, grupo, organización, etc. Si éstos existen, es porque hay gente involucrada. Si tú te unes, el grupo existe.

No tengas miedo de ir al gimnasio por no saber cómo se usan las máquinas. Siempre hay alguien que va a estar ahí, va a saber cómo se usan y te va a querer explicar.

No tengas miedo de jugar básquetbol por no haberlo jugado nunca antes. Sólo camina, corre, salta y bota el balón. Todo lo demás te lo explican.

No tengas miedo de jugar voleibol porque puedes golpearte y hacerte un moretón. El cuerpo humano es increíblemente sorprendente y en cuestión de días desaparecerá y jamás te vas a volver a acordar de que un día te hiciste un moretón jugando voleibol.

No tengas miedo de hablar. Por si no lo has razonado: tenemos boca para hablar y oídos para escuchar. Siempre hay alguien que habla y siempre hay alguien que escucha.

Algunas de estas situaciones, un día fueron mis miedos. Y si hay algo que he aprendido en la vida, es que el miedo es un maldito cobarde. Pero una persona con miedo, es un maldito cobarde estúpido.

Si quieres hacer algo que puede hacer cualquier otra persona y que no has hecho tú, ¡hazlo! Siempre hay una primera vez.

Si quieres hacer algo que no ha hecho ninguna otra persona, ¡hazlo! Siempre hay una primera vez.

Habla, escucha, ve, prueba, huele, toca, siente, pregunta, contesta, viaja, aprende, enseña, experimenta, experiencia, camina, corre, pinta, corta, pega, canta, juega, escala, salta, rueda, lee, escribe, nada, conoce, presenta, mira, entiende, atrévete…