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miércoles, 20 de septiembre de 2023

La Palma

Elegí el lugar,
fijé la fecha.
Y al frente
en primera fila
acomodé a mis tres demonios.
Me miran.
Me esperan.
Mi azufre,
mi mercurio,
mi sal. 

Yo los elegí.
El blanco de sus ojos
brilla tanto que duele.
Se pararon cerca
y crecieron cual hiedra:
perenne trepadora.
Me taparon con sus hojas,
me encajaron los dientes,
su lengua detrás de sus colmillos
susurrándome al oído.
Me dejaron debajo
y sin agachar la cabeza
miraron mi corona desde arriba. 

La luna elevó la marea,
me ahogó el llanto,
diluyó mis lágrimas
con el resto del agua salada.
Me vieron
de cara a la arena del tiempo
que nunca se queda quieta.
Se movía alrededor mío,
atrapándome entre sus granos,
creando mi agujero negro.

Arquitectos de sus universos personales,
¿con qué pies entran en el círculo?
Lanzaron su escuadra a mi cielo
que en su compás siempre tiene cabida.
Haciéndome caos
en su orden.

Pero después del hundimiento
sale el sol,
recoge el mar
y saca a los parásitos de las raíces
para regresarlos a la penumbra.

De rodillas
izé las velas.
Eché a andar la barca
remé entre neblina
hasta tocar otra costa fría.
Arena nueva,
limpia y brillante y fuerte.
Abriendo mi camino hacia el frente. 

He quemado la nave.

jueves, 12 de agosto de 2021

Peoresnada

Estaba en el carro con uno de mis mejores amigos de ese momento y me dijo “es que para él, tú eres su peoresnada”. Él estaba hablando del chavo del que yo estaba enamorada. Pero yo, con él, me sentía miserable, no querida, olvidada. Y hacía sentido que me dijeran “para él, tú eres su peoresnada”. No entendía cómo yo podía ser la “peoresnada” de alguien. Yo que desde que estaba en el kinder, había tenido pretendientes que bateaba y bateaba. Yo que estudié una buena carrera, que sé hablar 3 idiomas fluidos, yo que tengo mis hobbys artísticos y que soy flaquita y, creo yo, bonita. ¿Cómo que no le gusto al chavo que me gusta? No sabía que eso podía pasar. ¿Cómo puede ser posible que no me quieran si todo el mundo toda la vida me ha querido? No entendía por qué pasaba eso. ¿Cómo es que con todo lo que soy y sé hacer y conozco y mi preparación, no le gusto? No puede ser.

Peoresnada.

Peor-es-nada.

Peor. Es. Nada.

Peor es nada.

O sea que, antes de mí, estaban todas las mujeres del universo. Absolutamente todas. Las guapas, las feas, las inteligentes, las tontas, las graciosas, las serias, las jóvenes, las viejas, las gordas, las flacas y hasta el final, justo antes de “nada”, estaba yo.

Porque peor es: nada.

Y tuvieron que pasar un par de años para que me diera cuenta de que, no sólo el chavo que me gustaba y yo estábamos mal, sino también mi “amigo”. Porque después de haberme dicho que yo era la “peoresnada”, tuvo la osadía y desvergüenza de concluir con “pero dale otra oportunidad”.

martes, 28 de mayo de 2019

Odio

Y yo en ese mal, ya no puedo odiarme. Y si no puedo odiarme a mí por el mal que he cometido, ¿como puedo entonces jactarme de mi derecho cuasi divino para odiar a aquellos que me han hecho ese mismo mal? Y lo más irreverente es que tú con toda tu ética incorrecta me abrazabas y me pedías con todas tus fuerzas que no odiara. Y no fue tu deseo lo que me ha hecho no odiar. Sino que al entrar entre esos brazos, me convertí en todo lo que siempre vi mal. Y yo en ese mal, ya no puedo odiarme. Y si no puedo odiarme a mí por el mal que he cometido, ¿como puedo entonces jactarme de mi derecho cuasi divino para odiar a aquellos que me han hecho ese mismo mal? Y lo más irreverente es que tú con toda tu ética incorrecta me abrazabas y me pedías con todas tus fuerzas que no odiara. Y no fue tu deseo lo que me ha hecho no odiar. Sino que al entrar entre esos brazos, me convertí en todo lo que siempre vi mal. Y yo en ese mal, ya no puedo odiarme. Y si no puedo odiarme a mí por el mal que he cometido, ¿como puedo entonces jactarme de mi derecho cuasi divino para odiar a aquellos que me han hecho ese mismo mal? Y lo más irreverente es que tú con toda tu ética incorrecta me abrazabas y me pedías con todas tus fuerzas que no odiara. Y no fue tu deseo lo que me ha hecho no odiar. Sino que al entrar entre esos brazos, me convertí en todo lo que siempre vi mal. Y yo en ese mal, ya no puedo odiarme. Y si no puedo odiarme a mí por el mal que he cometido, ¿como puedo entonces jactarme de mi derecho cuasi divino para odiar a aquellos que me han hecho ese mismo mal? Y lo más irreverente es que tú con toda tu ética incorrecta me abrazabas y me pedías con todas tus fuerzas que no odiara. Y no fue tu deseo lo que me ha hecho no odiar. Sino que al entrar entre esos brazos, me convertí en todo lo que siempre vi mal. Y yo en ese mal, ya no puedo odiarme. Y si no puedo odiarme a mí por el mal que he cometido, ¿como puedo entonces jactarme de mi derecho cuasi divino para odiar a aquellos que me han hecho ese mismo mal? Y lo más irreverente es que tú con toda tu ética incorrecta me abrazabas y me pedías con todas tus fuerzas que no odiara. Y no fue tu deseo lo que me ha hecho no odiar. Sino que al entrar entre esos brazos, me convertí en todo lo que siempre vi mal.