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miércoles, 5 de marzo de 2014

Restricciones al género femenino

Cuando era más joven y tenía unos quince años de edad, tomé un curso de artes marciales para la defensa personal con un profesor sueco durante un semestre. No era la mejor estudiante, pero tampoco era mala y disfruté cada movimiento que aprendí. El siguiente semestre decidí no inscribirla de nuevo principalmente por dos razones. La primera: era la única mujer con deseos de retomar la clase, y a esa edad donde la inseguridad, la inocencia, el miedo y los rumores alrededor son importantes factores de decisión, la balanza no estaba a mi favor. La segunda: mis padres reprobaban mi práctica ya que la consideraban violenta cuando una señorita como yo, debería de estar ocupando su tiempo en actividades que forjaran gracia y delicadeza. Es de conocimiento universal que, aunque los derechos de las mujeres están mucho más restringidos en Arabia Saudita y otros países, el volumen de mi voz aquí también es bastante bajo. Y, afortunada o desgraciadamente, desde pequeña he aprendido las reglas para el juego seguro, razón por la cual mi historial permanece hasta la fecha casi limpio. Bajo estas circunstancias, desistí en silencio y abandoné la idea por completo, mirando de cuando en cuando las prácticas al aire libre de quienes continuaron aprendiendo.
El año pasado, cuando viví en Schwenningen, me topé con un cartelón en la estación del tren, que anunciaba cursos de aquella arte que poco aprendí hace años. Era un reflejo natural pasar por la estación y mirar a mi derecha la fotografía de la mujer lanzando un golpe con su puño derecho. Una explosión de recuerdos y una transportación momentánea a mi adolescencia.
Hoy, como todos los miércoles de este año, voy a ver las películas de cinética después de terminada la clase de dinámica de procesos y control. Pensé que tocaba otra película china con efectos especiales exagerados donde las personas salen volando después de ser pateados por el protagonista. Y así lo fue. Con la sola adición de que se basa en una historia real. De cómo la familia Gong junta varios estilos de Kung Fu y desarrolla la técnica de las 64 manos. Misma que fue perdida en la última descendiente, quien, al mismo tiempo que decidió tomar venganza por la muerte de su padre, obligatoriamente se rindió a votos de no casarse ni enseñar jamás. El maestro que la conoció, no pudo aprender de ella las 64 manos del Kung Fu de la familia Gong. Pero, con sus conocimientos, Ip man, maestro de Bruce Lee, fundó en 1953: el Wing Chun.

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