Tus comentarios son bienvenidos, me gusta leer lo que piensas al respecto, si te gustó, te recordó algo, te hizo sentir algo, etcétera. Tus palabras son un apoyo para que siga escribiendo y también una crítica constructiva para que mejore mis fragmentos. Gracias por leerlos.

jueves, 27 de abril de 2017

Descamación

La soledad es un sentimiento muy peligroso. Cuando uno se siente solo es capaz de aceptar cualquier muestra de cariño, cualquier tipo de amor, incluso aquel que no es real. Nos atenemos a la ilusión de una felicidad momentánea y pasajera que nos haga olvidar la dureza de la vida por un rato. Y nos conformamos con abrazos cortos y flojos, forzando la liberación de endorfinas, engañando a nuestro cuerpo y a nuestra mente, haciéndonos creer que nos sentimos felices.
El amor es saltar desde un acantilado esperando caer en la seguridad de un lago paradisíaco con aguas tranquilas y cristalinas. Pero si somos lo suficientemente inteligentes, vamos a voltear hacia abajo y vamos a comenzar a construir rápidamente un paracaídas antes de destrozarnos contra las rocas que nos esperan al aterrizar.
Me frustra no poder escribir como antes. Me he acostumbrado tanto a twitter, a las frases cortas, que ya no sé cómo explayarme. Estoy perdiendo mis historias, mi creatividad, mi tiempo de reflexión. Estoy todo el día embobada pensando en las cosas que me hacen crecer hacia afuera y ya no me doy tiempo para meditar y crecer hacia adentro. Para hacerme más sensible y susceptible a mi alrededor. Yo antes estaba llena de cuentos, llena de sentimientos y no me daba miedo escribirlos, mucho menos compartirlos, pero ahora… Es como los niños que cuando son pequeños hacen todo sin temerle a nada pero que cuando crecemos somos más “precavidos”, más “cuidadosos”, en pocas palabras más miedosos. Tenemos miedo de lo que pueda pasar si hacemos algo. Tenemos miedo de lo que los demás puedan decir como respuesta a alguna cosa que nosotros digamos. Y no debería de ser así. Siempre había sido partidaria de que las personas se expresen plenamente, sin restricciones, sin censura y sin discreción.
Pero me siento diferente. ¿Fue una buena idea dejar la academia? ¿Las aulas llenas de discusiones, de incógnitas, de ideas nuevas, de locuras, de diversiones y preocupaciones, de crecimiento, de compartir? A veces no sé si extraño ese tipo de ambiente, donde la gente piensa y dice. Mi ambiente actual es de escuchar y hacer. No es inspirador. Pero aquí hago cosas. Antes sólo las decía.

Venía manejando por la calle, el semáforo se puso en rojo. En el camellón había un niño de unos diez años sentado, traía puesta una camiseta pero afuera estaba algo fresco. Traía también una gorra y una cadena con una cruz. Se persignó, besó su cruz e inmediatamente se levantó para caminar entre los carros pidiéndonos una moneda. Volteé a ver alrededor y no veía ni un alma en medio de la solitaria avenida. Se veía totalmente solo y pensé: “si yo fuera diferente, lo habría subido a mi carro, lo habría llevado a mi casa y le habría dado algo caliente de cenar y una cama donde dormir esa noche. Al día siguiente habría pensado qué hacer.” Pero yo soy lo que soy. No hice lo que hubiera hecho si fuera diferente. Miré por el retrovisor a las personas que estaban en los otros tres carros durante ese rojo de semáforo. Nadie le dio una moneda. Y el niño regresó a sentarse en el camellón, en la oscuridad de las nueve de la noche fresca.
En ese momento, todos fuimos iguales: egoístas, inhumanos, insensibles, antipáticos, desconfiados.
Horribles.