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sábado, 11 de septiembre de 2010

Hombre Globo

El sol me besó buenos días y me levanté de la cama. Me aseé y acicalé. Busqué en el armario algo cómodo pero no informal, bonito pero casual. Me decidí por una blusa celeste, era lo que buscaba. Tomé las llaves del auto y de mi casa y salí y manejé hasta llegar a un restaurante, el que había elegido para desayunar esta mañana. Desde fuera se podían saborear los aromas a miel con nuez tostada. Empujé la puerta con una mano y me sumergí en las escandalosas aguas de azúcar y claras. Y no era la única. El bullicio también inundaba el lugar que pronto me ahogaría en suaves masas y caramelo derretido.

Disfrutando del delicioso desayuno, dimos cuenta de un apuesto joven alto, delgado, rubio, muy guapo. Tomaba los sueños de los niños y los metía en sus globos. De su aliento materializaba los deseos que los padres mediocres no pueden proporcionar. Mientras, los pequeños observaban con ansias esperando el momento de tomar entre sus manos aquello que por fin podrían llegar a tocar. El joven hacía su trabajo con esmero. Saludaba con una sonrisa de labios, mas sus ojos se mantenían serios, tristes, incompletos. No me importa su rostro perfecto, habría preferido mil veces más ver sus ojos rodeados de pequeñas arrugas de felicidad. Pero no estaban. Él preguntaba y mecánicamente tomaba un globo de la caja, el cual inflaba con paciencia y le daba forma con cariño. Manejaba la imaginación con delicadeza, pero no compartía sus sentimientos con nadie.

Más tarde se asomó a la mesa y pude ver de cerca sus ojos azules, su piel blanca contrastando con su camisa negra bien planchada debajo de su corbata de Tazmania perfectamente anudada a su cuello pálido. Le pedimos varias figuras. Yo observé sus manos tanto tiempo me fue posible. Aquellas que acariciaban mis sueños y les daba forma, pintándolos de colores brillantes, tratándolos con pasión cuidando cada uno de sus detalles. Y cuando por fin estuvo listo, lo miró, lo aprobó y me volteó a ver dándome una sonrisa muy lejana a la felicidad, preguntándome con los ojos si sería capaz de cuidar mis propios sueños, de nutrirlos mejor de lo que podría haberlo hecho él. De verdad que no estoy segura, pero para saber tengo que intentarlo. Le regresé la mirada y tome mis sueños materializados con mis propias manos. Pero él sabe, siempre supo, que en unos días más me habré olvidado de su rostro, sus manos y su inspiración. Del trabajo que por voluntad me brindó. Sabe que la realidad que creó, sólo para mí, se está escapando lentamente por los pliegues del globo. Que su aliento gastado, en unos días más, habrá sido en vano.