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jueves, 24 de julio de 2008

Amanecer

Un niño frente al mar, con ropas blancas que ondeaban en el aire como las gaviotas flotan sobre el agua, dejaba que la brisa fresca del amanecer le acariciara la cara. Sus ojos cerrados, expresión serena, sus pies se hundían más en la arena con cada oleada. Inmóvil, respiraba el aire salado, lo saboreaba. Inmóvil, sentía el agua helada y la arena entre sus dedos. Inmóvil, escuchaba las aves, las olas, el chocar de las hojas de las palmas, el coco que caía en la arena y los pasos que se acercaban.
La niña sujetaba su sombrero de playa con una mano mientras caminaba hacia el chico que se encontraba frente a ella. El aire le volaba el vestido blanco, la arena y las olas le hundían los pies descalzos, pero estaba distraída. Miraba a aquel niño extrañada. ¿Por qué tenía los ojos cerrados justo cuando estaba amaneciendo? ¿Por qué no veía el hermoso espectáculo en aquel horizonte naranja? Era bellísimo, y aún así, él no lo miraba.
Ella llegó hasta donde estaba el chico y le hizo la pregunta. “¿Por qué tienes los ojos cerrados?” su voz era suave, dulce, comprensiva, pero él la ignoró, y ella intentó de nuevo. “Mira, el sol está saliendo. Te estás perdiendo de la belleza del amanecer.”
“La belleza no sólo se ve, también se escucha,” Su voz era de ensueño. Inesperadamente, el niño se volvió hacia ella sin abrir los ojos, dejando el horizonte de lado para estar de frente con su visitante. Ella se sorprendió y esperó ansiosa a que terminara su respuesta, aún sosteniendo su sombrero con una mano. “se siente,” entonces él levantó su mano lentamente, tocando la mano de la chica con las suaves yemas de sus dedos, deslizándolos hasta su codo, su hombro, su cuello, su cara. A ella se le puso la piel chinita “se huele,” el chico acercó su cara al cuello de la niña acariciándolo con su nariz, aspirando su perfume natural. Las mejillas de la niña se sonrojaron “sabe.” Entonces el pulso de ella se aceleró más, ahora las caras de ambos estaban frente a frente. Ella con los ojos brillantes, él con los ojos todavía cerrados. El viento soplaba en sus cuerpos, y voló el sombrero de la niña. El último tibio rayo de sol iluminó la escena y por un momento ninguno escuchó nada. Y él la estiró hacia arriba con sus manos en su cara y ella cedió y se paró en las puntas de sus pies y compartieron su calor humano a través de sus labios, con los ojos cerrados. Por un largo minuto sintieron la hendidura de la boca del otro, el sabor de los labios del otro. Y su primer beso supo a sal. Y su primer beso los hizo flotar en las olas, lejos de la arena. Y su primer beso les revolvió el cabello con el aleteo de las gaviotas. Y su primer beso fue más bello que el sol saliendo del mar.
Cuando ella regresó sus talones a la arena mojada, entonces él abrió los ojos y ella entendió. Sus hermosos ojos verdes se filtraban a través del velo blanco de su ceguera.
“Tu ves, y sólo así reconoces la belleza. Yo no veo, pero reconozco la belleza de mil maneras.”

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