Este pueblo se está comiendo mis ganas poco a poco. Y con el
aburrimiento he aprendido a treparme por la silla y el escritorio para sentarme
en la ventana donde me esperan una cajetilla de Marlboro rojos y un encendedor
barato. Afuera de mi ventana no se ve nada, mas que el verde de los árboles, el
pasto con florecillas blancas y violetas y el canto interminable de pajaritos
en primavera. Me gusta fumar en el atardecer fresco porque es cuando se ve el
rojo ardiente de mi cigarro y su humo baila blanco en el aire frente a mí. Cada
respiro ahogado me transporta a aquellos días invernales en Schwenningen cuando
íbamos él y yo bajo la influencia del vicio de nuestros cuerpos jóvenes al bar
repleto siempre de tabaco. Entresemana cuando la muchedumbre era poca y la música
de las bocinas era buena, pedíamos una Hefeweizen y empezábamos conversaciones
triviales sobre la universidad y los maestros cosa que con cada sorbo y cada
nuevo vaso se convertía en una historia ficticia sobre perros parlantes y
animales mitológicos para concluir con una plática más profunda sobre nuestro
querer y nuestras familias. Podíamos tomar hasta seis cervezas seguidas cada
noche. Y cuando nuestras billeteras con polillas nos pedían piedad, salíamos
del lugar a la calle helada y sumergíamos las botas en treinta centímetros de
nieve. Íbamos siempre a mi depa porque quedaba más cerca y en mi cuarto
tomábamos más cervezas que sacaba únicamente en buena compañía. Tumbados en mi
cama seguíamos platicando y luego nos quedábamos dormidos juntos. Y así,
abrazados una noche, era suficiente para engañar nuestras mentes y envolvernos
en ese sentimiento falso de cariño pasajero para evitar caer en la depresión de
nuestras vidas solitarias. Antes no fumaba. Pero ahora mato el sentimiento
asfixiando los buenos recuerdos en la tapita con cenizas que tengo fuera mi
ventana. Y aunque el sabor del humo no entra más en mi boca, el aroma del
cigarro se ha quedado impregnado en la piel entre mis dedos, ese espacio
recóndito que guarda lo más íntimo de mis secretos.
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